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Italia o Portugal: ¿Se avecina un triunfo en lengua no inglesa?


Foto de Thomas Hanses/UER

Este año sólo 7 de las 43 canciones (42, sin contar Rusia) tienen letras en lengua no inglesa. Algunas optan por la mezcla, como Francia, España o Croacia; y sólo cuatro -Bielorrusia, Hungría, Italia y Portugal- han decidido mantener intacta la letra en el idioma nacional. Curiosamente, dos de esas cuatro se disputan el podio: A una semana de la final, Italia y Portugal ocupan el primer y segundo puesto en las apuestas respectivamente. Si gana cualquiera de las dos, cabe anticipar un cambio de tendencia en 2018.

La homogeneización lingüística ha sido la norma general desde que Eurovisión permitiese el uso de lenguas no oficiales, algo que ha ido en paralelo al progresivo avance del inglés en el plano internacional. Sin embargo, la no poco frecuente catetada, ampliamente apoyada por los eurofans, de afirmar que “mejor en inglés porque es más moderno”, sólo funciona en algunos casos. Es decir, si la letra tiene un especial peso o atractivo en la canción, puede que valga la pena traducirla y hacerla accesible a esos cientos de millones de espectadores. En esos casos la letra suma. Pero si estamos ante un sinsentido lingüístico al nivel de Edurne en 2015, quizás sea mejor mantenerla en su idioma y permitir que el espectador extranjero viva la fantasía de un mensaje profundo y complejo que no puede entender.

10 años hace desde que Molitva, la canción en serbio que demostró que no sólo el circo lograba entusiasmar al televoto, triunfó por Serbia en Helsinki. Antes de ella, habría que remontarse a 1998, es decir, hace casi 20 años, cuando Dana International llevase la lengua Hebrea al podio por tercera vez. Por el camino ha habido grandes finalistas en lengua no inglesa, como el tercer puesto de Italia en 2015, la locura albanesa con rastas de 2012, el Lane Moje de Serbia y Montenegro en 2004, o el tercer puesto de las rusas T.A.T.U. en 2003. Pero lo cierto es que no ha habido muchos más. A finales de la década parecía imposible reconducir un espectáculo que había sacrificado casi todo para captar la atención del espectador, y que bebía de los reality shows musicales de la época. Aparece ese oscuro concepto de “canción eurovisiva”; ganan la nota sostenida más alta, el cambio de tono más inesperado, la coreografía más vistosa, la pirotecnia y el estribillo formulaico como el de “My number one” (Grecia 2004), que parecía hecha para los suscriptores de CEAC.

Cuando en 2009 se impone el sistema de 50% televoto y jurado, la imagen del festival está severamente dañada, y se encuentra a caballo entre el entretenimiento kitsch y la canción ligera, con un predominio absolutista del inglés. Reconducirlo lleva años, y de hecho, propuestas como la que Montenegro trae este año representan el ocaso de esa época. Su más que posible no clasificación será un nuevo clavo en el ataúd.

Aunque puede decirse que el sistema combinado de jurado y televoto ha contribuido a generar un festival más mesurado y centrado en el componente melódico, y que la reputación del festival ha ganado enteros desde entonces, los repetidos triunfos de canciones de corte sueco y en lengua inglesa en el festival han diezmado las propuestas fuera de la norma. El año pasado únicamente 3 países se atrevieron a rechazar el inglés: Austria, Macedonia y Bosnia. La tendencia era claramente a la baja. Pero ah, de pronto va Ucrania y gana con una canción cuyo estribillo no es en inglés, y Bulgaria, cuarta, hace lo mismo.

Francia, que limita el inglés a dos frases en el estribillo, logra su mejor puntuación en décadas, y Europa cae en la cuenta que el idioma influye en el voto final, pero no necesariamente en favor de lo anglosajón.

Y así llegamos a 2017, con las dos grandes favoritas en idioma propio. El portugués Salvador Sobral se ha hartado de decir que su canción transmite significado más allá de lo que dice, y Francesco Gabbani, el candidato italiano, no ha querido arriesgarse a adaptar la elocuente sátira de su canción al inglés. El debate lingüístico de momento no se ha tocado, pero de ganar una de las dos propuestas cabe esperar que uno de los argumentos más recurrentes, contradictorios y peor fundamentados de la homogeneización musical de Eurovisión, el de usar el inglés para llegar a más gente, caiga en desuso. El lema de este año es Celebrar la Diversidad. ¿Qué mejor forma de hacerlo que volver a oír alemán, rumano y polaco sobre el escenario de Eurovisión?

Las opiniones vertidas en esta página son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan necesariamente el pensamiento ni la línea editorial.

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